La observación de un grupo de trabajo como una organización compleja y no como una suma de individuos, permite entender las condiciones de producción de fenómenos no esperados en el desarrollo de un proyecto de trabajo y diseñar estrategias de liderazgo y un plan de acciones de cambio, teniendo en cuenta las necesidades del proyecto y las características propias de los integrantes del equipo.
La observación del funcionamiento del equipo en términos de las complementariedades funcionales o disfuncionales de sus integrantes, facilita intervenciones políticamente adecuadas para mejorar el rendimiento de las tareas y el clima de trabajo.
Detectar los juegos de poder que obstaculizan la circulación de la información, orienta una conducción estratégica y flexible de sus líderes, no tanto en términos formales, sino más importante aún, orientando la participación de los colaboradores y el aprendizaje para que los miembros de un equipo se vean formando parte de la realidad que se observa y de los resultados obtenidos.
La visibilidad del modo de accionar particular, propio y ajeno, permite construir un alto compromiso con la tarea, pero sobre todo optimiza la calidad de las relaciones humanas.
Es útil proponer al grupo resolver situaciones en conjunto, revisando problemas reales o simulados de creciente complejidad, poniendo el foco no solo en la capacidad de resolución práctica sino sobre todo, en la trama y cualidad organizativa de las relaciones entre los integrantes de la experiencia.
Así se va construyendo la confianza que habilita un diálogo abierto a través del cual pueden expresarse con respeto y de manera amigable, aspectos más personales que habitualmente se silencian y que generan tensiones, malestares, exclusiones, alianzas y formas que quiebran el clima laboral cotidiano.
Eugenia Aptecar, directora de Entornos Colaborativos.
www.entornoscolaborativos.com
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